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3 razones para creer en la resurrección

| Glen Scrivener

Foto: Pisit Heng en Unsplash

Alicia soltó una carcajada. «Es inútil intentarlo», dijo. «Uno no puede creer cosas imposibles». «Me atrevería a decir que no has tenido mucha práctica», dijo la Reina. «Cuando tenía tu edad, siempre lo hacía durante media hora al día. A veces creía hasta seis cosas imposibles antes del desayuno» (Alicia en el país de las maravillas).


Para muchos, la Reina Blanca es un ejemplo representativo de la fe. Su imaginación ha colonizado su intelecto. Ha desarrollado —con mucha práctica— una habilidad alquímica para convertir fantasías en hechos. Este talento es deseado por algunos, ridiculizado por muchos.


Algunos de mis amigos son como Alicia y me consideran la Reina Blanca. Creen que he conseguido suspender o dejar de lado mis facultades racionales, al menos lo suficiente para dar cabida a ciertas imposibilidades como la resurrección. Como si un día cediera: Está bien, de acuerdo, si este es el precio intelectual que tengo que pagar por ser cristiano, permítanme añadir este elemento a mi inventario de opiniones impopulares: un cuerpo reanimado un domingo por la mañana. ¡Ya está!


Que quede claro que la fe pascual no funciona así. Si quieres saber cómo funciona, te voy a hacer un recorrido. Para quienes como Alicia estén dispuestos a adentrarse en la madriguera del conejo, este es un viaje a la fe que transcurre en tres puntos. No hace falta ser una Reina Blanca: las personas razonables como tú pueden creer en la resurrección. ¿Cómo? Considerando los cielos, la historia y a Él.


Cielos

Hay tres características de nuestro mundo que ya son pascuales. Ya tienen forma de vida de entre los muertos. No las ofrezco como pruebas irrefutables de Dios. Pero sí las planteo como indicadores sugestivos.


Todo ha venido de la nada. No solo los cristianos creen en las improbabilidades. Todos vivimos dentro de un glorioso absurdo llamado existencia. Aquí estamos. No necesitamos estar. Pero de la nada, todo. Del vacío, la vida. Es increíblemente pascual.


El orden ha surgido del caos. La vida y el universo que la sustenta son intrincados. Las fuerzas físicas tenían que ser «solo eso». (Busca «el ajuste fino del universo» para hacerte una idea de lo improbable que resulta un universo que permita la vida). Sin embargo, contra todo pronóstico, ¡un cosmos, no un caos! Pero, además de un orden físico tan extraordinario, está la aparición de la biología.


La vida ha surgido de la no vida. Como cristiano, creo que en el Domingo de Resurrección el Jesús no vivo cobró vida. De la inanimidad y la entropía surgió una vitalidad extraordinaria. Sin duda se trata de un milagro. Pero un relato puramente biológico de nuestros orígenes cuenta una historia mucho más extraordinaria. Según una explicación naturalista, toda vida ha surgido de la no-vida y sin un Dios de resurrección que obrara esa maravilla.


Puesto que esta es la naturaleza de nuestro universo de vida desde la muerte, surge una pregunta diferente: ¿Creer en el Dios de la resurrección hace las cosas más absurdas o menos absurdas?


Pero no solo el cielo señala el camino de la fe pascual: también lo hace la historia.


Historia

Exploremos la historia sobre el primer siglo y la historia desde el primer siglo.

Historia del siglo I. A pesar de sus humildes circunstancias, Jesús de Nazaret se consideraba el Rey del reino de los cielos, la figura central de la historia y el Juez que gobierna el futuro de Dios. Las autoridades judías lo declararon culpable de blasfemia y los romanos lo ejecutaron por sus pretensiones a la realeza. Murió en una cruz y fue sepultado en una tumba cuya ubicación era bien conocida. Tres días después, la tumba estaba vacía y Sus seguidores tuvieron experiencias con Jesús resucitado, que se prolongaron durante otros cuarenta días y cesaron cuando, según los cristianos, Jesús regresó al cielo. El cuerpo nunca fue encontrado y todos los testigos oculares mantuvieron su testimonio, incluso bajo pena de muerte.


Estos son los hechos históricos, y luego empiezan las explicaciones (que son muchas). Pero un cristiano es alguien que considera las teorías alternativas —que no murió, que su cuerpo fue robado, que los discípulos lo fingieron o que alucinaron— y las juzga mucho menos satisfactorias, considerando todas las cosas. No es que los cristianos se obliguen a creer en la explicación más improbable. Es que si rechazas la resurrección, te enredas en más absurdos.


La historia desde entonces. La pregunta que todos deberíamos plantearnos es por qué hemos oído hablar de Jesús. ¿Por qué el cristianismo no murió con Cristo el Viernes Santo, para no resucitar jamás? Pero el cristianismo no permaneció muerto y enterrado. Todo lo contrario. Se ha convertido, en palabras del historiador Tom Holland, en «la revolución más disruptiva, más influyente y más duradera de la historia». Esto es extraordinario si se tiene en cuenta su origen.


Desde un punto de vista puramente humano, Jesús era un predicador sin un céntimo, que se dedicaba a hablar sin parar en algún remanso de un imperio muerto hace mucho tiempo. Estaba rodeado de perdedores y fracasados. Fue crucificado en la ignominia a los treinta años. Sin embargo, es el hombre más famoso que ha pisado el planeta. Construyó el mundo en el que vivimos. Puede que no creas que Jesús convirtió el agua en vino, pero he aquí un milagro difícil de negar: de algún modo, Jesús ha pasado de una ejecución marginada a la dominación del mundo. ¿Cómo? Los cristianos aportan una explicación. El cristianismo resucitó porque Cristo lo hizo. Una vez más, esta fe pascual no se presenta para ser aceptada como un absurdo. Se presenta para explicar un absurdo.


Por último, si quieres completar el viaje hacia la fe pascual, debe ser personal.


Él

A los aficionados a los cómics les encanta debatir sobre las fortalezas relativas de sus superhéroes. Se preguntan: «¿Quién ganaría en una pelea entre Iron Man y Batman?». Los cristianos hacen algo parecido cuando consideran el enfrentamiento definitivo: Jesús contra la muerte.


Según 1 Corintios 15, la muerte es la campeona indiscutible de los pesos pesados. Es el «último enemigo». Sin resurrección, la muerte gobierna como Señor. Pero el pasaje continúa declarando que la muerte ha encontrado su rival en Jesús. Los cristianos sabemos que la muerte se ha tragado reyes, ejércitos e imperios. Pero hemos encontrado al Jesús de las Escrituras y estamos convencidos de que Él es el Señor.


Sea lo que sea que hace surgir todo de la nada, el orden del caos, la vida de la no vida —sea cual sea ese poder generador— Jesús lo encarna. En la historia de Su encarnación, Jesús ha venido a redimir y renovar Su mundo, que se ha ido derrumbando hacia la nada, el caos y la muerte. En otras palabras, Jesús es «la resurrección y la vida» (Jn 11:25). Si Él es el Dios de la resurrección, por supuesto que venció a la muerte. Si es el Señor, lo verdaderamente extraordinario sería que se pudriera en alguna tumba de Jerusalén.


Los cristianos no son como la Reina Blanca. Creer en Jesús resucitado no es una imposibilidad más para creer antes del desayuno. Al contrario, el cristiano mira al cielo y a la historia y encuentra en Él su cumplimiento más adecuado. La fe pascual da sentido a un mundo que, de otro modo, sería mucho, mucho más absurdo. Si, como Alicia, «no puedes creer en cosas imposibles», te invito a creer en Jesús.



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