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Banquero: un oficio de origen medieval

El auge del comercio en la Europa del siglo XII propició el nacimiento de mercaderes que hacían negocios con las monedas de metal.

Imagen ilustrativa / muyhistoria.es

A partir del siglo XII, Europa Occidental o, según se identificaba por entonces, la Cristiandad, vivió el inicio de un auge del comercio que solo ha hecho aumentar hasta la actualidad. Con las fluctuaciones típicas de la economía y sus coyunturas, sí, pero el sector con mayor peso cualitativo ya no dejó de ser el comercio, hasta llegar a los grandes magnates, los más ricos y poderosos de nuestros días. Digamos que fue a partir de entonces cuando empezó a ser más importante para las ciudades una buena plaza y un buen puerto, que una muralla.

Este proceso histórico tiene su comienzo en la baja Edad Media y cuenta con dos factores fundamentales: las ferias y los intercambios a larga distancia. Ambos elementos empezaron a desarrollarse a partir del siglo XII, sobre todo con ferias tan destacadas como las celebradas en Champaña, el norte Italia y las ciudades flamencas y castellanas. Ya fueran por tierra, río o mar, multitud de personas se congregaban en estas ferias, participando en una red comercial cada vez más amplia y compleja. Esta situación generó una nueva necesidad: para pagar en estas ferias se necesitaban monedas de metal, difíciles de transportar y peligrosas de portar ante los posibles asaltos de piratas y ladrones. Y donde hay una necesidad, hay una oportunidad de negocio.


El nacimiento de los banqueros

Mucho antes que el banquero ya existía el oficio de prestamista. Se encargaban de prestar dinero a corto plazo a clientes en momentos de dificultad, a cambio de un objeto empeñado del mismo valor que el préstamo. Pero según entendemos el concepto moderno de “banquero”, estos realizan negocios solo con dinero. Es decir, los banqueros venden y protegen dinero. En este sentido, estaban más cerca de ser banqueros los orfebres y artesanos que portaban cajas fuertes y, en las ferias, los mercaderes les pagaban una cuota para que custodiaran sus monedas.

Con todo, había un oficio que evolucionó hasta ser considerado un banquero: el cambista. El comercio extendido por la Cristiandad medieval recorría diversos estados, reinos y sistemas políticos, cada uno de ellos con su propia moneda. Había que entenderlas para poder compararlas y establecer equivalencias para intercambiarlas. A esa labor se dedicaban los cambistas:

“Establecidos en las grandes ferias, ante las mesas o bancos sobre los que realizaban sus operaciones, influían poderosamente en las fluctuaciones de valor del oro y de la plata, aceptaban depósitos, concedían préstamos y realizaban transferencias”.

A mediados del siglo XII, aparece en Génova por primera vez el término “bancheri”, en relación al lugar donde operaban estos cambistas, quienes convirtieron la letra de cambio en un instrumento de crédito.


El crédito y los billetes

La letra de cambio nació como un documento firmado ante notario por el que un deudor se comprometía a pagar lo que debía a su acreedor en otra feria posterior. El mismo documento propició el origen del crédito y el papel moneda.

La labor de los cambistas conoció un auge relativamente rápido y pasó de tener mercaderes como clientes a operar con estados y la Iglesia, que utilizó sus servicios como tesoreros y recaudadores. No debemos olvidar que por entonces la Iglesia, entre muchas cosas, era la mayor empresa del mundo. Pero en cuanto a los préstamos, eso de cobrar un interés estaba mal visto por los eclesiásticos, relacionado con el pecado de la usura. Sin embargo, si existía la ley (canónica), también ingeniaron la trampa. Las letras de cambio se usaban de una feria a otra, los cambistas tenían en cuenta los distintos valores de una moneda a otra y hacían las cuentas para, una vez realizada la transacción, percibir un beneficio con el cambio: asistimos así a una operación de crédito.

Del norte de Italia salieron las familias de banqueros más destacadas de los siglos XIV y XV. Extendieron sus agentes por toda la Cristiandad, permitiendo a los clientes acceder a las operaciones en los diferentes centros de negocios. La letra de cambio podía canjearse en la feria que quisieras: asistimos así al uso del papel moneda.

Los banqueros comenzaron a expandir sus perspectivas, apoyando empresas cada vez más ambiciosas. Llegaron a invertir en las expediciones marítimas que terminaron por descubrir el Nuevo Mundo y sus oportunidades de negocio, estuvieron vinculados al desarrollo de las ciudades, fueron importantes mecenas del arte y, en definitiva, un elemento esencial de la evolución compleja e imparable del comercio en la (para nada oscura) Edad Media.


Con información de: muyhistoria.es

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