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Crisis ocupacional: Cuando obtener un título universitario es sólo cuestión de vocación

Desde el momento en el que un joven decide ingresar a la universidad, hasta que se recibe, tiene expectativas favorables, sin embargo, al salir al campo laboral, la realidad es otra.

Por Pablo Cristaldo


Carlos (así llamaremos a nuestro personaje) se recibió de licenciado en Administración de Empresas, con un buen promedio y con grandes esperanzas de comenzar a ejercer la tan ansiada profesión, cuyo costo en tiempo, dinero y esfuerzo fue muy alto. Pagó sus estudios trabajando en un restaurant hasta entrada la noche, llegando a su casa exhausto y con los peligros de la calle a esas horas. Debió dormir apenas un rato antes de emprender nuevamente su odisea hacia la casa de estudios en bus, apenas desayunado y con el cansancio a cuestas debido a la brevedad de su sueño. Desafortunadamente, el dueño del restaurant decide despedirlo porque las ganancias no van bien, y producto de esto, tiene que salir, una vez más, a conseguir empleo; ahora, con su valioso cartón en la mano.


Miles de jóvenes viven esta situación, o algo similar, en su día a día. Tienen en sus hombros mochilas, compromisos y sueños pendientes, entregándolo todo en pos del objetivo: calificar para una empresa y comenzar su vida económica con mejores proyecciones, mejores destinos que, simplemente, trabajar por el salario básico, y hacer milagros financieros para llegar a fin de mes.


El punto de quiebre se produce en las entrevistas de trabajo. Largas horas en la sala de espera, algunos - quien sabe - preocupados porque en ese mismo instante sus cuentas se encuentran bloqueadas, sus líneas canceladas, y sus nombres comprometidos con el fantasma del endeudamiento, o peores situaciones, no sabemos. A veces se torna evidente en los rostros de algunos postulantes el desespero y la angustia de no saber si el famoso "te llamaremos" al menos sea para confirmar que se le ha dado la oportunidad a otro y no a uno mismo. Mientras tanto sigue la batalla, día tras día, para llevar pan a la casa o seguir creyendo que una vida digna es un derecho inherente del ser humano, y no una esquiva quimera.


Carlos llega a la entrevista, luego de tantas veces de escuchar la infame frase "te llamaremos", y se da cuenta que, antes de ingresar a la sala de juntas, debe "ocultar" de cierta manera su "trofeo más preciado": su cartón y su prefijo, para aspirar a un puesto inferior, ya que, básicamente, se enteró que un amigo suyo, quien no había hecho mucho esfuerzo por superarse académicamente, accedió sin muchas complicaciones al puesto de estibador. El hambre y las deudas no esperan, y ya no le queda alternativa que "probar suerte" de esa manera.


Finalmente le dan un trabajo de mando básico como limpiador en las oficinas mientras pasa un paño húmedo al escritorio de un compañero suyo de la universidad, quien había aprovechado la aplicación de Carlos, colándose en sus trabajos prácticos y "mironeando" sus pruebas escritas.


Esta historia es real. Muchas historias con similitudes e injusticias. Existen muchos "Carlos" por ahí, buscando oportunidades o creándoselas ellos mismos. El recurrir a estrategias es parte del ingenio, el porvenir y sus complicaciones como enemigos a vencer. En un país donde tener un apellido, tener a "cierto contacto", o lucir medidas corporales y la capacidad de eludir la moral personal es suficiente para sortear la escuela de la vida, la pobreza, las necesidades y la indignación, es una obligación adaptarse a mirar desde abajo las recetas que se cocinan en las altas esferas. Claro, está, que un paño húmedo, o una escoba en la mano de Carlos no lo descalifica o lo deshonra (todo lo contrario), pero, díganme sino es un despropósito encontrar las oficinas impecablemente limpias y las gerencias horriblemente descuidadas...


Sólo queda esperar... con cartón o sin ella. Con paciencia, o sin ella.

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