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Cristianismo y política: ¿Amigos o enemigos?

Por Pablo Cristaldo


Entre las famosas frases de Charles Spurgeon (1834 – 1896), pastor bautista de Reino Unido, conocido como el “Príncipe de los Predicadores” en la Inglaterra del Siglo XIX, figura esta: “Solo los tontos creen que política y religión no deben ser discutidos. Por esa razón los ladrones permanecen en el poder y los falsos profetas continúan predicando”. Severas palabras, revelando que, en su época, la sociedad inglesa también adolecía de los mismos males que se sufre Latinoamérica del siglo XX y XXI.

Ciudadano votando. Foto: Multimedia de Wix.

¿Cómo puede un cristiano permanecer fiel al evangelio e involucrarse en la política? Recordemos que en los Estados Unidos, así como en muchos países de América Latina, cada ciudadano tiene voto y la oportunidad de involucrarse en el gobierno como asesor político u oficial. Tenemos la responsabilidad inusual de tomar decisiones que consideramos que están dentro de los mejores intereses de nuestro prójimo. Esto es lo que hacemos cada vez que votamos como ciudadano o gobernante.


Poniendo a la base creencias, principios y valores aprendidos a lo largo de la vida, recientemente pude leer un libro, titulado “Política y Religión: Participación Cívica de los Creyentes”. Este material me permitió apuntalar ideas, así como decidir escribir sobre este controversial pero necesario tema.


Este libro aborda la temática desde una perspectiva y propósito que permite concluir la gran influencia que la Iglesia puede o no gestionar ante los entes gubernamentales, según las necesidades de la sociedad. Sin embargo, para el interés particular de este artículo es más necesario centrar la atención en la influencia individual que los creyentes (hombres y mujeres de fe cristiana) pueden ejercitar en la función pública.


Si bien es verdad que el apóstol Pedro nos demanda a vivir como “extranjeros y peregrinos” (1 P. 2:11) en esta tierra, ya que este mundo (incluyendo la política) pasará, al mismo tiempo, Pablo nos exhorta a hacer el bien a nuestro prójimo, especialmente a nuestros hermanos en la fe (Gá. 6:10). Esto implica procurar el bien de nuestros países y ciudades.


Entonces, aunque tenemos como prioridad nuestra vida espiritual, nuestras familias, y nuestras iglesias locales, y debemos tener una mentalidad de peregrinos en esta tierra, no hay duda de que Pablo tiene en mente lo que el profeta Jeremías dijo siglos antes a los extranjeros y peregrinos judíos exiliados en la tierra de Babilonia: “Edifiquen casas y habítenlas, planten huertos y coman de su fruto. Tomen mujeres y tengan hijos e hijas, tomen mujeres para sus hijos y den sus hijas a maridos para que den a luz hijos e hijas, y multiplíquense allí y no disminuyan. Y busquen el bienestar de la ciudad adonde los he desterrado, y rueguen al Señor por ella; porque en su bienestar tendrán bienestar” Jer. 29:5-7.


Para el cristiano, buscar el bienestar de la ciudad incluye la política. No deberíamos pensar que es imposible honrar a Dios y trabajar en la política al mismo tiempo.


En este tema, es útil recordar la ocasión en que a Cristo le preguntaron sobre la legitimidad de pagar impuestos. Si te acuerdas de la historia, Él pidió un denario y le preguntó a las personas de quién era la imagen y la inscripción en la moneda. Ellas contestaron: “del César”, a lo que Él respondió: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:21).


Muchos cristianos se aferran a este pasaje para separarse de la política. Aunque la Biblia afirma que los gobernantes puestos por Dios demandan nuestra lealtad (Ro. 13:1), César no puede demandar nuestra lealtad final. Sin embargo, ¿quién es César en Paraguay? En cierto sentido, nosotros lo somos. Tu voto sitúa hombres y mujeres en el poder. También, como ciudadano de una república, puedes postularte a posiciones de poder.


Me temo que la desunión creciente que los cristianos experimentan hoy sobre este tema lleva a muchos creyentes a rasgarse las vestiduras y retirarse totalmente del escenario político o, al contrario, echar a un lado sus congregaciones inactivas con indignación y meterse de lleno a la acción social y política. Ninguna de las dos opciones son aceptables.


No podemos andar en el camino de retiro total de la política porque la Escritura nos exhorta a ser buenos prójimos en un mundo que necesita la luz del evangelio. Sin embargo, tampoco podemos andar en el otro extremo, el camino del activismo político por simple impulso, porque la predicación del evangelio sigue siendo nuestra misión primordial. El evangelio, no la política, es la única esperanza del mundo.


Sin embargo, como nos exhorta Pablo, tenemos una responsabilidad de honrar al Señor en todas las esferas, incluso en el trabajo político. La pregunta sigue siendo: ¿cómo lo hago? ¿Cómo puedo serle fiel al Señor en el trabajo político y evitar los extremos de inacción o activismo? ¿Habrá otro camino que no sea uno de los dos extremos mencionados?


Creo que sí lo hay. Podemos mantenernos enfocados en el evangelio sin estar escondidos en nuestros vecindarios. Es posible mantenerse fiel al evangelio y participar en la política de un mundo caído: como profetas delante del rey.


No es algo fácil, especialmente cuando muchos cristianos no están de acuerdo en lo que demanda el evangelio, pero es posible. Se trata de mantener un balance correcto, sin caer en los extremos señalados, buscando testificar siempre a Cristo.


Son conocidas las penurias que nuestros pueblos latinoamericanos han sufrido bajo malas administraciones y experimentos socialistas a través de los años; por lo tanto, es injusto que hombres y mujeres de fe, honorables, como es el caso de los creyentes genuinos, persistan en automarginarse del ámbito político, cuya historia está llena de pésimas gestiones y corrupción. ¿Cómo podrá cambiar esta situación si irresponsablemente se decide dejar la política en manos de gente sin escrúpulos? ¿Qué país estamos heredando a nuestros hijos por nuestro completo desinterés? ¿Permitiremos que instancias sin fundamentos cristianos evangélicos genuinos continúen controlando curules parlamentarios, salas judiciales y sillas presidenciales?. Tampoco se trata de establecer una teocracia.


Puedo asegurar que los creyentes de la Iglesia protestante son una expresión popular masiva identificada con los anhelos de un mejor nivel ético de la clase política en Paraguay. Por ende, ya es tiempo de exigir una administración pública más sana, justa y honesta. La Biblia exige a los gobernantes “no torcer el derecho ni tomar soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras del justo” (Deut. 16:19). Es un error que los cristianos evangélicos sigan mostrando desinterés cívico. Aclaro que no se trata de que toda una organización eclesial llegue a acuerdos con instituciones políticas, sino de la participación individual del creyente como tal. Sirva esto como un llamado a forjar una mejor generación y apoyar una fuerza cívica de restauración y reconciliación nacional. Porque mientras no haya una verdadera renovación moral y ética en la clase gobernante, no se podrá

acabar con el flagelo de la corrupción y la deshonestidad.


Soy de la opinión de que el respeto mutuo nunca debe ser superado por ofensas, confrontaciones ni violencia ideológica. Los creyentes jamás deben involucrarse en contiendas violentas o calumniosas. Los creyentes evangélicos deben ser una esperanza de restauración moralizadora en los ámbitos gubernamentales, porque, aunque la preparación y habilidad administrativa son importantes, en estos tiempos urge una buena estatura moral, espiritual y de servicio.


El político cristiano debe estar totalmente entregado a la tarea de SERVIR. Se necesita, con apremio, personas con principios y moral renovados, que no se dejen llevar por la vanidad, la fama o la opulencia. Sería grave y erróneo si el creyente se involucra en la política para corromperse o para participar en lo injusto. Así que si alguien sigue pensando de los creyentes que se incorporan en la política que están cometiendo pecado, yerran ignorando las Escrituras y la voluntad de Dios, pero si se involucran para servir, respetando los ordenamientos bíblicos y en el temor de Dios, nada puede impedírselo, siempre y cuando no sea ministro ordenado ejerciendo sus facultades, según lo dictamina nuestra Constitución Nacional.


Nuestro propósito más sublime como siervos de Dios, aparte de conformarnos a la Imagen de Cristo en todos los aspectos de nuestra vida, es el avance del Reino de Dios en la tierra, y qué mejor manera que ser los agentes directo del cambio, para y desde las esferas de poder en un Paraguay que necesita de nosotros hoy más que nunca.


Finalmente, de esta manera se traduce activamente la enseñanza cristiana del "ser sal y luz de la tierra" tanto la sal con sus propiedades conservantes, impidiendo la putrefacción moral, como la luz, actuando de factor revelador de la Voluntad de Dios para la sociedad. En virtud a esto, personalmente tengo la extrema convicción de que sólo un cristiano, con un bíblico y refinado concepto de Dios, puede ejercer política de una manera más eficiente, más allá de sus capacidades técnicas, ya que en última instancia, tiene un Dios Santo y Justo a quién rendir cuentas. Esto, en política, es absolutamente necesario.

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