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El versículo que llevó a R. C. Sproul a los pies de Cristo

Por: Stephen Nichols

A Robert Charles Sproul (R. C.) le llevó alrededor de una hora conducir hacia el norte directamente desde su casa en Pittsburgh hasta el Westminster College en New Wilmington, Pensilvania. Fundado por presbiterianos en 1852, Westminster todavía tenía marcas de su identidad cuando R. C. llegó un siglo y cinco años más tarde. Había un departamento bíblico. Los estudiantes de primer año debían tomar cursos básicos de Biblia en los semestres de otoño y primavera. Tenían servicios de capilla.

Imagen ilustrativa / es.aleteia.org

Pero sin duda, el lugar no mostraba abiertamente su identidad religiosa. Además, los vestigios de religión que quedaban no reflejaban un conservadurismo teológico ni fidelidad bíblica. El confesionalismo presbiteriano con raíces en Westminster ya no estaba tan arraigado. Sin embargo, R. C. no fue a Westminster a recibir religión. O eso pensaba. En realidad, lo aterraba la perspectiva de la universidad.

Después de atravesar la escuela secundaria en piloto automático, no se sentía preparado para el desafío académico que tenía por delante. No fue de mucha ayuda que, durante la orientación, el director les pidiera a cada uno de los nuevos estudiantes que miraran a la persona que tenían a la derecha. Después, les dijo: «Uno de ustedes no llegará más allá del primer semestre».

R. C. empezó como estudiante de historia, y participó de los campamentos de entrenamiento deportivo en preparación para las temporadas que vendrían. Primero, vendría el fútbol americano, después, la larga temporada de baloncesto que se extendía durante los semestres, y luego el béisbol. R. C. tenía una beca deportiva, pero eso no le garantizaba un lugar en ninguno de esos equipos. Calculó que tenía una buena oportunidad con el fútbol, pero probablemente no con el baloncesto en su primer año (Westminster se jactaba de tener equipos dignos de campeonato), y el béisbol estaba demasiado lejos como para considerarlo. Todo esto para decir que, ya fuera en lo académico como en los deportes, R. C. sabía que tenía mucho trabajo por delante.

Pero lo que no esperaba era lo que sucedería un fin de semana de septiembre poco tiempo después de empezar la universidad. El compañero de cuarto de R. C. era su amigo de la infancia, Johnny. El padre de Johnny era una leyenda en Westminster, un deportista que había recibido la máxima distinción en cuatro deportes y que se transformaría en un exitoso empresario. Johnny entró como estudiante de legado, no por mérito de sus propias calificaciones. Al igual que R. C., temblaba al pensar en las tareas que tenían por delante. Pero era el fin de semana.

R. C. y Johnny tenían intención de dirigirse al oeste por el río Allegheny a Youngstown, Ohio. Una ciudad dura como el acero, a Youngstown se la conocía por sus bares, todos con una reputación de no revisar identificaciones a la entrada, lo cual la transformaba en un lugar favorito para los estudiantes jóvenes de Westminster.

Cuando entraron en el auto, Johnny y R. C. se dieron cuenta de que se les habían acabado los cigarrillos. Salieron de un salto y volvieron al vestíbulo de la residencia estudiantil para comprar un paquete de la máquina expendedora. La moneda de R. C. cayó en la ranura y salió el paquete. Cuando se inclinó a tomarlo, vio a dos muchachos sentados a una mesa. Les hicieron señas a él y a Johnny para que se acercaran. R. C. los reconoció enseguida, ya que uno era la estrella del equipo de fútbol americano. Por supuesto, R. C. y Johnny respondieron al llamado de inmediato.

Los dos estudiantes de cursos superiores estaban encorvados sobre un libro. «¿Qué están haciendo?», les preguntó la estrella de fútbol. «Nada», vaciló R. C., sin intenciones de confesar sus planes. Así que los invitaron a que se sentaran con ellos. Los bares en Youngstown tendrían que esperar. Los dos estudiantes mayores estaban haciendo un estudio bíblico. R. C. había visto a su padre leer la Biblia a diario, pero era la primera vez que presenciaba un estudio bíblico.

Los muchachos mayores hablaron del cristianismo y de las cosas de Dios y de la Biblia durante más de una hora, todo territorio nuevo para R. C. Después, uno de ellos giró la Biblia en dirección a R. C. y le pidió que mirara. Era Eclesiastés 11:3. La segunda parte de este versículo dice: «Si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará». Esto partió a R. C. a la mitad. Interpretó que él era aquel árbol. Se veía en un estado de aletargada parálisis, caído, pudriéndose y en descomposición. Dejó la mesa y regresó a su habitación. Cuando entró, no encendió la luz. Sencillamente, se arrodilló junto a su cama y oró a Dios, pidiéndole que perdonara sus pecados.

R. C. nunca llegó a Youngstown aquel viernes por la noche. Dios tenía otros planes para su vida. Eclesiastés 11:3 no es el primer versículo que uno consideraría para evangelizar. R. C. diría: «Creo que probablemente sea la única persona en la historia de la iglesia que se convirtió a Cristo con ese versículo». Me parece que podemos sacar tranquilamente el «probablemente» de su evaluación. Aunque no es un versículo típico ni que se use para evangelizar, encaja bastante bien. Tiene textura, imágenes y un toque de drama.

Aunque R. C. no se consideraba calvinista ni abrazaría el calvinismo por varios años más, el versículo también es calvinista. Mejor aún, uno podría decir que es paulista. Dios usó ese versículo para mostrarle a R. C. el verdadero estado de su alma y su vida. Él se había sentido muerto. Ahora, sabía que su verdadera condición espiritual era la muerte. Se había considerado cristiano. Después de todo, iba a la iglesia. Ahora, sabía de qué se trataba verdaderamente el cristianismo.

Sesenta años más tarde, en septiembre de 2017, en los que serían los últimos meses de R. C., Ministerios Ligonier registró un recuerdo de R. C. sobre su conversión:

Estoy llegando al sexagésimo aniversario de mi conversión a la fe cristiana. Fue en septiembre de 1957, y jamás lo olvidaré. Creo que soy la única persona en la historia de la iglesia que se convirtió con un versículo particular que Dios usó para abrir mi corazón y mis ojos a la verdad de Cristo. Vino del libro de Eclesiastés, donde el autor describe, en términos metafóricos, un árbol que cae en el bosque, y donde cae, allí se queda. Dios despertó mi alma al considerar este pasaje, y me vi como el árbol que se caía, se pudría y se estropeaba. Esa era la descripción de mi vida. Allí me encontraba. Nadie tuvo que decirme que era un pecador, yo lo sabía. Me resultaba sumamente claro. Pero cuando fui a mi habitación aquella noche y me puse de rodillas, experimenté un perdón trascendente. Y me abrumó la tierna misericordia de Dios, la dulzura de Su gracia y el despertar que me dio para mi vida. Y mi oración es que cualquiera de ustedes que no haya experimentado un despertar a la realidad de Cristo tenga esa experiencia en su vida. Que busque cuidadosamente en la Escritura y la Palabra de Dios, y que esa Palabra sea usada con poder para estimular su alma y su espíritu, de manera que también pueda despertar a la plenitud de la gloria, la paz y el gozo que es suyo en Cristo.

De manera coherente con su nueva fe, el único tema que le interesaba era la Biblia. En la secretaría, cambió su especialización a religión. La conversión de R. C. tuvo un impacto significativo e inmediato. También tuvo impactos a largo plazo y de por vida. Al menos tres impactos de por vida surgen de su conversión.

Primero, R. C. diría más adelante: «Le debo a todo ser humano que conozco el hacer todo lo que pueda para comunicarle el evangelio». Esa dedicación llevó a R. C. a dedicar su vida a la enseñanza.

Segundo, como mencionamos, R. C. devoró su Biblia en aquellas primeras semanas después de convertirse. Ese estudio intenso de la Biblia seguiría toda su vida y, con el tiempo, abordaría la producción de una Biblia de estudio. Cuando se imprimió la edición revisada de la Biblia de estudio de la Reforma en 2015, R. C. dijo: «La llamamos la Biblia de estudio de la Reforma, pero en realidad, esperamos que produzca una reforma en el estudio bíblico». A menudo decía que no alcanza con leer la Biblia; somos llamados a estudiarla.

El tercer impacto de por vida tiene que ver con su comprensión del autor de la Biblia. Testificó sobre cómo su lectura original y virginal de la Biblia lo dejó con una comprensión abrumadora: el Dios de la Biblia es un Dios que no se detiene ante nada.


Con información de: coalicionporelevangelio.org

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