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Historia del ascensor. Origen e inventor

Muchas personas optan por utilizar este sistema de trasporte por su rapidez y comodidad. Pero, muy poco sabemos del origen del ascensor. En esta edición te compartimos su historia, evolución e inventor.


Foto: Multimedia de Wix.

Uno de los primeros lugares donde se dejó sentir su necesidad fue en el teatro griego, cuya complicada tramoya lo utilizó. Se trataba del llamado zeós apó mejanés, o mecanismo para subir y bajar a un actor a escena o desde la escena.


A lo largo de la historia se empleó a ese fin la fuerza humana, animal o mecánica. El arquitecto romano Vitruvio describe en el 26 a.C., artilugios dos siglos anteriores a él utilizados en el Imperio Romano, hecho que pone de relieve que elevar una carga mecánicamente era frecuente en el siglo III a.C.


Pero sin el invento de la polea en la Antigüedad no hubiera sido posible el ascensor. Se sabe que el palacio imperial que Nerón construyó tras el incendio de Roma, la Domus aurea o Casa dorada, tenía un ascensor de madera de sándalo que se deslizaba por rodillos sobre cuatro carriles impulsado por una polea y un cable del que tiraban los esclavos.


El concepto de ascensor es antiguo, aunque su aplicación práctica sea relativamente moderna. De hecho, sin ciertas aplicaciones de la energía hidráulica en la Edad Media acaso no hubiera sido posible pensar en el ascensor actual.


El primer ascensor moderno, o mejor dicho el primer intento, parece cosa del matemático Erhardt Weigel, inventor de la silla de ascenso, que en 1687 se movía con rapidez y sin esfuerzo entre dos pisos.


Consistía en un sillón sobre el que se sentaba una persona, asiento que iba montado en un nicho practicado en la pared sobre guías de varios pies de longitud y se accionaba por un contrapeso que el usuario ponía en marcha tirando de una palanca. Tuvo escaso desarrollo porque no ascendía a grandes alturas y porque al usuario se le ponían los pelos de punta apenas despegaba los pies del suelo. Aquello era una silla elevadora.


El primer ascensor parece que fue construido en el Palacio de Versalles para uso privado de Luis XV, mediado el XVIII. El monarca, que habitaba aposentos del primer piso o planta noble lo utilizaba para visitar a sus amantes en las plantas superiores sin ser visto en escaleras y salones. Entre las queridas del Rey la primera en utilizar el ascensor fue madame de Châteauroux en 1743.


El sistema era sencillo: una serie de contrapesos de fácil manejo. El Rey estaba encantado, y decía: “No está mal para alcanzar el cielo”, refiriéndose a las visitas nocturnas a los brazos de sus amantes. Pero el ascensor de Luis XV no era mecánico.


El primer ascensor mecánico que hubo se construyó en 1829 en Londres con capacidad para diez personas, pero era más una atracción de feria que un asunto serio.


Se instaló en el Coliseum londinense, en el conocido Regent’s Park, donde un vocero anunciaba la posibilidad de contemplar desde lo alto el panorama de la ciudad. Más que un ascensor convencional era un reclamo turístico.


Por entonces se hablaba también de los lentos armatostes que el francés Velayer armaba en París: los ascensores por contrapesas, que no eran mejores que el utilizado por Luis XV.


El primer uso público del ascensor como tal tuvo lugar en Nueva York el 23 de marzo de 1857 y era idea de Elishá Graves Otis. Su primera instalación fue en un edificio de cinco plantas en Broadway, en la tienda de objetos de porcelana Haughwout & Co. Era el primer ascensor del mundo destinado a subir y bajar personas accionado mediante una máquina de vapor que podía elevar a una velocidad de diez o doce metros por minuto a seis personas a la vez.


En 1878 se inventó el ascensor de agua, accionado por un ariete hidráulico, lo que consiguió aumentar la velocidad a casi doscientos cincuenta metros por minuto.


En 1889 la Otis Company, construyó su primer ascensor eléctrico, cuyo engranaje fue el que en 1903 sería reemplazado por el contrapeso deslizante, mecanismo todavía en uso, capaz de proporcionar la velocidad requerida por los grandes rascacielos: quinientos metros por

minuto.


El inventor del ascensor es Elishá Graves Otis, que había sido mecánico en una fábrica neoyorquina de camas. El trabajo de subir y bajar pesadas cargas se hacía mediante polipastos, con el peligro de que las cuerdas se rompieran. Con la idea de mejorar el sistema fundó la empresa Otis Steam Elevator. Su ascensor tenía una particularidad: contaba con un dispositivo de seguridad que frenaba la cabina en caso de caída fortuita, lo que de hecho era su pieza de resistencia.


Su ascensor tuvo éxito sobre todo porque Otis tenía sangre de hombre de circo, de presentador de espectáculos. Bajo el lema “Señores, seguridad absoluta” hacía demostraciones de su sistema de frenado automático. La gente montaba en la cabina y cuando se encontraban por el tercer piso Otis la dejaba caer para comprobar lo eficaz de su dispositivo. Entre gritos de histeria y ataques de nervios se podía escuchar la carcajada bondadosa de mister Otis: “Señores, seguridad absoluta”. El Sistema de seguridad elevador OTIS, se presentaba en el Crystal Palace de la Exposición Universal de Nueva York en 1853. Con acogida temerosa y valiente de quienes se atrevían a viajar en el novedoso artilugio.


Otis parecía más un hombre del espectáculo que un hombre del mundo de la técnica. La presentación en sociedad del ascensor fue bastante teatral y la noticia aparecía en numerosos periódicos. En aquella ocasión Otis ordenó que cortaran el cable y se dejó caer desde una altura considerable con asombro de la multitud incrédula que pensaba que estaba loco, que era un suicida. Todos esperaban una catástrofe y acudían al espectáculo con esa morbosa expectación, pero el dispositivo de seguridad funcionaba y mister Otis llegaba al suelo sin novedad entre aplausos, agitando su gran sombrero de copa y saludando con aspavientos. Sin el sistema empleado por Otis no hubiera sido posible construir edificios de más de cinco pisos, máximo permitido en la época. Gracias a él se construyó en 1907 el rascacielos Singer de Nueva York, de más de cuarenta pisos, y en 1932 se emprendió la instalación de ascensores rápidos en el representativo edificio neoyorquino del Empire State. Como curiosidad, este edificio contaba en su punto más alto con un “aeropuerto” para zepelines.

A pesar de su éxito Otis murió olvidado en un lugar triste y mísero de Manhattan. Otros, haciendo mucho menos que él, se enriquecieron.


En 1889 el francés Leon Edoux instaló en la Torre Eiffel un ascensor capaz de subir hasta el último de los ciento sesenta metros.


El mismo Edoux había instalado dos años antes ascensores de pistones hidráulicos de veintiún metros de altura en la Exposición de París. Y, en el año 1889 la firma alemana Siemens construyó el primer ascenso eléctrico capaz de viajar a dos metros por segundo.


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