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La humillante derrota de la armada británica en Cartagena de Indias

El almirante español, Blas de Lezo, obtuvo su última victoria como comandante general en Cartagena ante una flota británica de proporciones descomunales. Se calcula que los británicos perdieron un centenar de barcos y sumaron 9000 bajas por 600 que sufrieron los españoles.

Imagen ilustrativa / dariomadrid.com

El 13 de marzo de 1741, la mayor flota conocida hasta entonces asedió Cartagena de Indias, uno de los principales puertos del comercio español en América. Entre los motivos del ataque estaban la ambición política y económica de Gran Bretaña, el honor mancillado y una oreja.


La oreja de Jenkins

A inicios del siglo XVIII, España continuaba teniendo el monopolio del opulento comercio con América. El Nuevo Mundo y sus riquezas pertenecían a la corona española y el resto de estados buscaban la manera de hacerse con un trozo del pastel. El Tratado de Utrecht, en 1713, dio una oportunidad a Gran Bretaña. Se le concedió el llamado “navío de permiso”, una autorización por la que Inglaterra podía enviar un barco al año con capacidad para 500 toneladas de mercancía para comerciar en los territorios españoles de América.

Este comercio resultó muy beneficioso para Reino Unido y, claro, con un trozo tan rico, no pudo resistirse a meter las manos en el resto del pastel. Gran Bretaña utilizó el navío de permiso para ejercer el contrabando. No eran los únicos, lo que, sumado a un aumento de la piratería, hizo que España se pusiera seria defendiendo su comercio. Los encontronazos entre guardia costera y contrabandistas se intensificaron hasta que todo explotó.

En 1731, los españoles a bordo de La Isabela detuvieron al bergantín británico Rebecca cerca de Florida. El capitán Julio León Fandiño comprobó que la carga excedía las 500 toneladas permitidas, así que requisó la mercancía, acusó de contrabando al navío y le cortó una oreja al capitán inglés, Robert Jenkins, mientras le decía:

"Ve y di a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.

Unos años más tarde, Jenkins relató lo sucedido en el Parlamento británico. Se cuenta que incluso mostró su oreja cortada en un frasco de cristal. Fue el casus belli para que el 23 de octubre de 1739, el rey Jorge II de Gran Bretaña declarara la guerra a la corona española, por entonces con Felipe V en el trono.


El asedio a Cartagena de Indias La bahía de Cartagena contaba con dos accesos para las embarcaciones:

“El de Bocagrande, cerrado con cadenas por los españoles, y el de Bocachica, guardado por dos poderosos fuertes, los de San José y San Luis. La armada de Vernon se dirigió a este segundo paso”.

La victoria británica parecía tan clara que incluso Vernon escribió a Jorge II avisándole de que cuando recibiera la carta ya habría conquistado Cartagena de Indias. Pero la diferencia descomunal entre las fuerzas británicas y españolas no sirvió de nada ante el ingenio estratégico y militar que demostraron Eslava y Blas de Lezo:

“Así, lo que iba a ser un fácil asedio terminó en una carnicería. Para los ingleses. Lezo abrió un foso entorno al castillo para que las escalas de los asaltantes no llegasen. Soltó a un par de supuestos desertores que le indicaron a Vernon el mejor lugar para atacar la ciudad. Hundió barcos en la entrada del puerto con el fin de que los buques del rey Jorge no pudieran acceder. Obligó a los enemigos a atravesar zonas plagadas de mosquitos para que contrajeran enfermedades. Y luego salió a bayoneta a rematar a los desconcertados bebedores de grog”.

Los británicos empezaron a desertar ante la negativa de retirarse por parte de un Vernon atónito. Según Smollett:

“[Las tropas] contemplaron los cuerpos desnudos de sus compañeros soldados y camaradas flotando arriba y abajo en el puerto, proveyendo de presas a los carroñeros cuervos y tiburones, que los hacían pedazos sin interrupción, y contribuían con su hedor a la mortalidad que prevalecía”.

En Cartagena de Indias, a raíz de la descomposición de los cadáveres, se desencadenó una epidemia que se cobró numerosas víctimas. Una de ellas fue Lezo, que murió tres meses después de la batalla. Sus restos mortales fueron a parar a una fosa común.

Vernon, tras la deshonra que le persiguió por esta humillación, dimitió de su cargo de almirante.


Con informaciones de: lavanguardia.com / muyhistoria.es

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