Este himno bélico, surgido en 1792, fue creado para motivar a las tropas francesas en su enfrentamiento contra Austria. Rápidamente, se convirtió en símbolo de la Revolución y, desde 1879, es el himno nacional de Francia.
En 1789, gran parte de la población francesa no sabía leer, lo que llevó a que las canciones se convirtieran en una herramienta clave para difundir las ideas revolucionarias.
Entre 1789 y 1800, se crearon casi 200 himnos y más de 2.000 canciones populares de contenido político. Mientras los himnos eran encargos oficiales para ceremonias, las canciones circulaban entre el pueblo en hojas sueltas, almanaques y periódicos. Algunos autores las interpretaban en lugares concurridos de París, mientras otros componían letras para melodías ya conocidas. Estas canciones resonaban en teatros, cafés y calles, siendo reconocidas por los líderes revolucionarios como instrumentos para inspirar fervor republicano.
En esos años, varias composiciones políticas ganaron popularidad, como Ça ira o La Carmagnole, pero fue La Marsellesa la que se consagró como emblema revolucionario. Su origen se remonta al 24 de abril de 1792, cuando el alcalde de Estrasburgo, el barón de Diétrich, solicitó al capitán y compositor Claude-Joseph Rouget de Lisle la creación de un himno militar para animar a los voluntarios que se unían al ejército tras la declaración de guerra a Austria. Así nació el Canto de guerra para el ejército del Rin, cuya letra refleja el tenso contexto de la época, instando a los ciudadanos a tomar las armas contra los invasores. La melodía, a la vez sombría y combativa, resonaba con fuerza, alentando a los franceses a luchar por su libertad.
El himno, entonado por los soldados, se propagó rápidamente y llegó a París, donde fue adoptado por los revolucionarios. Los federados marselleses lo popularizaron durante su marcha hacia la capital en julio de 1792, cantándolo en cada pueblo que atravesaban. En París, se ganó el nombre de Himno de los marselleses y más tarde, simplemente, La Marsellesa. Esta canción acompañó a las tropas revolucionarias en sus batallas y, con el tiempo, se convirtió en un símbolo patriótico. Aunque su carácter antimonárquico llevó a que fuera prohibida durante ciertos periodos, como bajo Napoleón o la Restauración, finalmente, en 1879, la Tercera República la consagró como himno nacional de Francia.
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