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La obsolescencia programada: La necesidad de vender a consta de nuestro futuro

Se denomina ‘obsolescencia programada’ a la planificación del fin de la vida útil de un producto, de forma que, después de un tiempo determinado por el fabricante, dicho producto deja de funcionar, pasa a ser inservible.

Foto: Stas Ostrikov. Instagram: @stasostrikov

La obsolescencia programada es una de las muchas estrategias que el sistema capitalista tiene para empujar a la gente hacia el consumo incontrolado y continuo. Y decimos que es una estrategia propia del sistema capitalista porque en el mundo socialista y comunista esta práctica no se puso en marcha. Hay varios ejemplos que lo verifican, como veremos más adelante.


Un ejemplo recurrente para evidenciar la obsolescencia programada es el caso de las impresoras, que poseen un chip con recuento de impresiones, de forma que cuando llegan a un determinado número dejan de funcionar, siendo más rentable comprar una nueva que repararla. Y es aquí donde está la clave de la obsolescencia programada: que es más barato comprarse un producto nuevo que reparar el que se ha quedado obsoleto. Así es como el consumidor queda obligado a volver a comprar.


Esto no sólo ocurre con las impresoras, sino con cualquier otro producto electrónico, desde lavadoras y frigoríficos hasta teléfonos móviles, televisiones y ordenadores.


Obsolescencia programada y mejoras constantes. La empresa de la manzana, Apple, se ha convertido en el rey de la obsolescencia planificada. Pero, frente a los modelos que podemos considerar más recurrentes, orientados a diseñar y fabricar productos que se estropean o que dejan de funcionar correctamente pasado cierto tiempo, la obsolescencia planificada de Apple resulta más sutil y sofisticada ya que se basa en ofrecer productos mejores y más innovadores a pesar de que el modelo anterior siga siendo útil y operativo.


De esta manera el cliente tiene que estar comprándose un iPhone nuevo cada 10-12 meses, a medida que Apple va incorporando nuevas mejoras en sus productos, por muy pequeñas que sean. En ocasiones son mejoras interesantes y que de verdad aportan algo más al producto original, pero otras veces estos elementos añadidos son simples tonterías. Con la ayuda de una publicidad masiva y dirigida, el consumidor cae en la trampa y vuelve a comprarse un nuevo teléfono móvil aunque el anterior que tenía siga siendo útil.


Con la actual guerra de competencia entre Apple y Samsung con la telefonía móvil, los iPhones y Samsung Galaxy están entrando en una constante mejora de sus productos que empieza a ser alocada. Cada año aparecen nuevos modelos de móviles con algo diferente: mayor tamaño, menor peso, cámara de fotos interna, aplicaciones nuevas, forma más estética… La pregunta que uno se hace es, ¿no podrían haber añadido esas mejoras en el modelo inicial? Por supuesto eso habría supuesto un menor beneficio, pero de lo contrario se está abusando del consumidor, obligándole a comprar un móvil nuevo cada año que pasa. Otro ejemplo lo encontramos en las distintas videoconsolas que Nintendo ha ido sacando estos últimos años: Nintendo DS (2005), Nintendo DS Lite (2007), Nintendo DSi (2009), Nintendo DSi XL (2010), Nintendo 3DS (2011).


Para pasarlo bien da igual la Nintendo DS original que la Nintendo 3DS, pero el consumidor, manipulado por el marketing y seducido por estas mejoras progresivas, se ha comprado en cinco años cinco videoconsolas diferentes. Uno espera ser más feliz con cada una de ellas, pero al final lo que ha ocurrido es que se ha gastado cientos de euros para tener un bonito efecto 3D que acaba cansándole la vista.


Obsolescencia programada y generación artificial de residuos. La obsolescencia programada no sólo tiene repercusiones negativas en el bolsillo de los consumidores, sino que también afecta gravemente al medio ambiente, al promover el desecho de miles de toneladas de productos electrónicos que aun están servibles.


Al crearse productos de usar y tirar, la obsolescencia programada provoca un flujo constante de residuos, que suelen acabar en países del Tercer Mundo. Estos desechos, además de negativos, son realmente innecesarios, ya que muchos de ellos pueden utilizarse (ordenadores, teléfonos móviles, microondas, impresoras…). Quizás no son los productos más modernos ni de diseño más atractivo, pero siguen siendo útiles para las personas.


En los países subdesarrollados se están creando grandes vertederos incontrolados de residuos electrónicos llegados de Occidente. Además de ser algo denunciable moralmente, el desecho de estos productos es una práctica en principio impedida por un tratado internacional que prohíbe enviar residuos electrónicos al Tercer Mundo. Pero las empresas utilizan un simple truco para evitar la ley: declaran a los residuos productos de segunda mano.


La huella ecológica que dejamos los seres humanos se agranda debido a prácticas irresponsables como la de la obsolescencia programada.


El caso de la bombilla que no se apagaba. ¿Qué tiene de malo conseguir fabricar una bombilla que no se apague nunca? ¿Por qué una empresa se negaría a desarrollar este aparato que tanto agradaría a los compradores? Uno tiende a pensar que la empresa que pusiera en venta una bombilla que no se apagara ni se estropeara en 50 años obtendría ganancias millonarias. Todo el mundo querría comprar ese modelo de bombilla. ¿Por qué las empresas no iban a querer vender una bombilla así?


En realidad un objeto que no se estropee y que tenga una vida de decenas de años va en contra del principio básico del capitalismo: no es rentable. La empresa que vendiera esas bombillas ganaría mucho dinero durante unos meses, quizás durante un año, y vendería posiblemente todas las bombillas. Pero una vez vendidas, pasarían décadas hasta que la gente tuviera que volver a comprar bombillas, y sería un desastre para el negocio. Es mucho mejor fabricar bombillas que se estropeen cada doce meses, y así asegurarte una clientela que demande bombillas durante toda la vida.


El caso de la bombilla que no se apagaba tuvo lugar en la Alemania del Este, la República Democrática Alemana (RDA) en el año 1981. El mundo aun estaba dividido entre el capitalismo y el socialismo/comunismo, así que en cierta manera aun existía otro modelo económico que hiciera frente al neoliberal.


En la Alemania socialista, la Alemania del Este, se comenzaron a fabricar bombillas de larga duración. Al presentarlas en una feria internacional, en busca de compradores, los empresarios occidentales capitalistas dijeron a los alemanes: “os quedaréis sin trabajo”, y rechazaron comprar las bombillas y extenderlas por el mundo. En 1989 cayó el Muro de Berlín y la RDA se unió a la Alemania Occidental. La fábrica de bombillas de larga duración cerró y aquella idea se perdió.


Hoy en día aun se puede ver ese modelo de bombilla en museos, pero ya no satisface las necesidades de ningún hogar. Es mucho mejor fabricar bombillas defectuosas que se estropeen cada cierto tiempo, para que el consumidor tenga que comprar de forma constante durante toda su vida.


Fuente: vaventura.com

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