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Las prodigiosas mentes detrás de las armas más letales de la historia y su remordimiento posterior (Parte I)

De la bomba atómica de Oppenheimer a la dinamita de Nobel, algunos científicos han visto cómo sus investigaciones no sólo significaron grandes avances para la ciencia y la tecnología, sino que se transformaron en vehículos para la destrucción.


De izquierda a derecha: Robert Oppenheimer, Albert Einstein, Míjail Kaláshnikov, Arthur Glaston y Alfred Nobel.

En la historia han existido grandes mentes que han sido determinantes en su rumbo. Sin remontarnos muy lejos podemos pensar en los científicos detrás de la primera fotografía tomada a un agujero negro a millones de años luz de distancia, o de quienes actualmente lideran los proyectos de exploración lunar o marciana.


Si vamos mucho más atrás habría que destacar la invención de la rueda en la Mesopotamia del año 3.500 a.C., del hormigón a principios del siglo XIX que permitió un auge en la construcción y la arquitectura, también a personajes como Thomas Alba Edison y su bombilla incandescente, James Watt por su máquina de vapor, los hermanos Wright por el avión, a Johannes Gutenberg por la imprenta, a Louis Pasteur y Robert Koch por los antibióticos, a Alexander Fleming por la penicilina, a Alexander Graham Bell por el teléfono, a Alan Turing por la computación o a Tim Berners-Lee y los científicos de la MIT, por la creación del Internet.


Grandes inventos que marcaron un hito para la humanidad, que dejaron un gran legado y que nos permitieron avanzar en la ciencia, la tecnología y mejorar nuestra calidad de vida y nuestra capacidad de adaptarnos al mundo. Pero hubo quienes vieron sus inventos convertirse en armas de destrucción masiva, instrumentos de guerra que cargan en sus espaldas un increíble saldo de violencia y muertes.


Algunos de esos genios llegaron incluso a renegar de sus descubrimientos y se convirtieron en activistas en contra del uso desmedido de ellos. Desde la bomba atómica hasta la dinamita, aquí están los más destacados.


La bomba atómica de Oppenheimer. “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de los mundos”. Esa frase sacada del texto sagrado hinduista Bhagavard Gita fue una de las primeras cosas que le vino a la mente a Robert Oppenheimer después de que las bombas atómicas fueron detonadas contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial.


Para entonces, Oppenheimer llevaba años dedicado a la fabricación de dicha arma nuclear, desde que otro genio, Albert Einstein, advirtiera al gobierno de los Estados Unidos, entonces encabezado por el presidente Franklin D. Roosevelt, sobre el peligro de que la Alemania Nazi se convirtiera en la primera potencia en desarrollar el mortífero artefacto.


Robert Oppenheimer, el "padre" de la bomba atómica, renegó de su invento tras ver el nivel de destrucción que era capaz de producir. (AP Photo/John Rooney, file).

Este sería el germen del Proyecto Manhattan, que fue liderado por Oppenheimer y cuyo fin era desarrollar la primera bomba atómica de la historia la cual se detonó en el desierto de Nuevo México el 16 de julio de 1945 en medio de una operación llamada “Trinity”.


Menos de un mes después se lanzaron las bombas sobre las ciudades de Japón en respuesta al ataque a Pearl Harbor. En esa decisión participó activamente Oppenheimer, quien no solo se dedicó al estudio del proceso para separar el uranio-253 del uranio natural y

determinar la masa crítica necesaria para fabricar la bomba, sino que fue clave para determinar el objetivo ideal de su creación, apuntando a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.


Se estima que las víctimas fatales del día en que cayeron las bombas van de las 150 mil a las 250 mil personas.


Tras ese horrible saldo de muertes, Oppenheimer no sólo renunciaría a su cargo al frente del Proyecto Manhattan, sino que posteriormente serviría como asesor de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos convirtiéndose en un activista por el control internacional al poder nuclear para evitar que armamentos de este tipo se proliferaran por el mundo.


Además, abogó para frenar la carrera armamentista entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que solventó los años de la “Guerra Fría”, un conflicto en que la doctrina de destrucción mutua asegurada (MAD) impidió que alguna de estas naciones atacara con armas nucleares a la otra pues esto garantizaba en teoría la aniquilación de ambas.


Dicha doctrina es una de las razones por las cuales hasta el día de hoy no se ha vuelto a detonar otra bomba atómica contra una ciudad o país. Sin embargo, Oppenheimer fracasó en su intento por evitar que las naciones del mundo se armaran con arsenales nucleares, y pasó a la historia como el “padre de la bomba atómica”.


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