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¿Por qué quemaron a Juana de Arco?

Una joven campesina que pasó de liderar un ejército a morir condenada por hereje. Hoy día un icono cultural que arrastra muchos intereses políticos sobre su figura.

Imagen ilustrativa / muyhistoria.es

Unas lágrimas abrieron surcos en la cara de Juana, llena de suciedad tras cinco meses de cautiverio en el castillo de Ruán. Unas cadenas la sujetaban al catre y evitaban que volviera a intentar escapar. Hacía cuatro días que la habían llevado ante la hoguera y a punto estuvo de ser condenada si no hubiera gritado arrepentida. Aceptó volver a vestirse como una mujer, pero los guardias encargados de vigilarla habían intentado violarla. Los jueces abrieron mucho los ojos y disimularon una sonrisa cuando la encontraron de nuevo con ropas de hombre. Sin duda, estaban ante una hereje relapsa y la pena para las reincidentes era la hoguera:

“Fue llevada al Viejo Mercado, y a su lado íbamos fray Martín y yo, con 800 hombres de guerra armados con hachas y espadas. Tras la predicación, ella mostró grandes signos de contrición, penitencia y fervor de la fe, por las piadosas y devotas invocaciones de la bendita Trinidad, la gloriosa Virgen María y todos los santos del paraíso, lo que hizo que los jueces e incluso muchos ingleses se echaran a llorar. Con gran devoción pidió que le dieran la cruz, y oyendo esto un inglés hizo una pequeña de madera con la punta de un bastón, y se la entregó, y ella la recibió devotamente y la besó y la puso en su seno, y además me pidió que le hiciera ver la cruz de la iglesia, para que la pudiera ver continuamente hasta la muerte, y yo hice que un cura se la trajera. Su última palabra, al fallecer, fue gritar en voz alta: Jesús”.

Así narró Jean Massieu, el alguacil de Ruán, la ejecución de Juana de Arco. Tras un largo proceso inquisitorial, los ingleses quemaron en la hoguera a la doncella que había liberado Orleans al frente del ejército francés leal a Carlos VII. Acusada por herejía y brujería, en el fondo del asunto se ocultaban motivos políticos.


Una niña que oía voces

Juana de Arco nació en la aldea de Domrémy, en la región de Lorena, al noreste de Francia. Creció en el seno de una familia campesina, pero a sus 13 años todo empezó a cambiar. Juana aseguraba que oía voces y veía apariciones del arcángel Miguel, santa Margarita y santa Catalina de Alejandría, que le encomendaban acudir al rescate del rey de Francia, Carlos VII Valois, quien había perdido su reino en favor de Enrique VI de Inglaterra tras el tratado de Troyes, firmado en 1420 durante el transcurso de la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra.

En 1429, una jovencísima Juana de Arco se presentó en la corte de Carlos VII, contó sus diálogos divinos y se ofreció a:

“Librar al pueblo de Francia de las calamidades que sufre […] Sacar a patadas de Francia a los ingleses”.

La corte francesa tenía poco más que perder, así que confió en que la joven fuera de verdad una elegida de Dios y la envió al frente de las tropas para liberar la ciudad de Orleans. Juana cabalgó hasta el enclave y, aunque cubría su cuerpo bajo una armadura, se cuenta que en vez de armas lo único que portaba era un estandarte. Era la fe en que Dios estaría de su lado lo que la llevaría hasta la victoria. Juana de Arco, a partir de entonces, la Doncella de Orleans, venció a los ingleses. Carlos VII fue coronado en la catedral de Reims y su poder se vio restituido gracias a la joven campesina que hablaba con los santos.


Una bruja hereje

Pero su aura divina empezó a declinar. Tras una serie de derrotas, en mayo de 1430 fue capturada por el ejército del duque de Borgoña, aliado de los ingleses, a quienes fue entregada. Si Dios había permitido su derrota, no era una enviada del cielo, por lo que sus acciones no podían ser más que obra del diablo. Al menos así de claro lo tenían los ingleses, que iniciaron un proceso inquisitorial contra Juana de Arco. La Doncella siempre había recibido los insultos típicos de la época hacia las mujeres que se salían de la norma establecida para ellas: una ramera, que además se travestía, una vulgar campesina que se había desviado de la religión para convertirse en una bruja. La Inquisición, convirtió en ley aquellos insultos.

Por supuesto, la Inquisición y el centenar de jueces que se ocuparon del proceso se salieron con la suya a pesar de la resistencia e inteligencia que demostró Juana en los duros interrogatorios. La joven acabó confesando que era culpable y aceptando la penitencia, pero poco después se retractó argumentando que las voces habían vuelto a hablarle y le reprocharon una traición a los santos. Fue quemada en la hoguera por hereje reincidente. Con apenas 18 años, Juana de Arco era campesina, guerrera, heroína, pasó a ser mártir y no tardaría en convertirse en leyenda.


Un símbolo muy útil

Detrás de su condena se escondían intereses políticos, pues su condición de hereje negaba toda validez a la coronación de Carlos VII, que había conseguido su victoria gracias a una enviada del diablo. En cuanto Carlos VII recuperó todos sus territorios quiso recuperar el recuerdo de la joven a la que había abandonado a manos de los franceses. Con la connivencia del papado, el rey de Francia anuló el juicio de Juana y fue entonces cuando comenzó su leyenda. Napoleón Bonaparte la declaró símbolo nacional de Francia en 1803. Y Benedicto XV la hizo santa en 1920.

Todos estos actos tienen el tufillo del interés político ya sea por legitimar el poder, usar su imagen con cierto populismo o por resolver el error de una condena injusta casi 500 años más tarde. En cualquier caso, Juana de Arco es hoy día un icono cultural utilizada para causas de diversa índole. Por nuestra parte, solo hemos querido recordar la historia y leyenda de una joven campesina que lideró las tropas francesas en la guerra de los Cien Años.


Con información de: muyhistoria.es

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