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¿Qué significa “todo es vanidad” en Eclesiastés 1:2?

| Justin Holcomb

Eclesiastés nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la vida y a comprender que lo verdaderamente significativo está en deleitarnos en Dios. El libro nos recuerda que la vida es un don precioso, pero que debemos ser sabios en cómo la vivimos.

Imagen de StockSnap. / Pixabay.

«Vanidad de vanidades», dice el Predicador,«Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Ecl 1:2).


Todo es vanidad

Eclesiastés comienza afirmando que «todo es vanidad» y termina con la misma declaración (1:1; 12:8). El libro afirma de manera enfática y en repetidas ocasiones que todo carece de sentido («vanidad») sin un enfoque adecuado en Dios. Eclesiastés revela la necesidad de temer a Dios en un mundo caído y frecuentemente confuso y frustrante.


Las personas buscan un significado duradero, pero —sin importar cuán grandes sean sus logros— no pueden lograr el significado que desean. Según Eclesiastés, lo que estropea la vida es el intento de sacarle más provecho (al trabajo, el placer, el dinero, la comida o el conocimiento) de lo que la vida misma puede proporcionar. Esto no es satisfactorio y conduce al cansancio, por lo que el libro comienza y termina con la exclamación «Todo es vanidad». Este estribillo se repite a lo largo de todo el libro.


No importa cuán sabio, rico o exitoso sea alguien, sin Dios no puede encontrarle significado a la vida. En Eclesiastés, el hecho de que «todo» sea «vanidad» debería impulsar a todos a temer a Dios, cuya obra perdura para siempre. Dios hace lo que quiere, y todos los seres vivos y toda la creación están sujetos a Él. En lugar de esforzarnos en intentos inútiles de encontrar significado en nuestros propios términos, debemos comprender que lo verdaderamente significativo está en deleitarnos en Dios, en Sus dones y en estar contentos con lo poco que la vida tiene para ofrecer y lo que Dios da.


No hay sentido sin Dios

El Predicador dice que todo carece de sentido sin un enfoque adecuado en Dios. Este tema se establece y explica en Eclesiastés 1:4-11, donde el versículo 4 proporciona la tesis: «Una generación va y otra generación viene, / Pero la tierra permanece para siempre». Las personas son temporales, pero la tierra es duradera. Eclesiastés 1:5-7 presenta algunos ejemplos de sistemas o aspectos de la tierra que demuestran esta verdad. Los versículos 5 y 6 establecen dos metáforas centrales que recorren el resto del libro: el viento y el sol. Aparecen a lo largo del libro, en las frases «correr tras el viento» y «bajo el sol» (p. ej., 1:3, 16; NVI). Estas metáforas enfatizan dos cosas: el significado duradero de la tierra y, en comparación, la naturaleza efímera de la humanidad.


A las personas les gustaría hacer algo nuevo, ser recordadas por su contribución significativa al mundo; anhelan y se esfuerzan por lograr un significado duradero, pero no pueden alcanzarlo (1:8-10). Nuestros esfuerzos se comparan con luchar contra el viento; son intentos de alcanzar la inmortalidad que fracasan de manera inevitable. Uno no puede atrapar el viento: está aquí en un minuto y al siguiente se va, tan fugaz como la vida humana. Todo lo que se hace «bajo el sol» corre la misma suerte. Trabajamos bajo el sol, pero nunca tendremos la importancia o el impacto que él tiene. No importa cuán grandes sean sus logros, los humanos no alcanzarán el significado duradero que desean. Eclesiastés 1:11 subraya esta conclusión cuando dice que pocas personas tienen un impacto significativo en el curso de la historia mundial, ya que la mayoría vive y muere en la oscuridad. El versículo 11 resalta el punto introducido en el versículo 4.


En Eclesiastés 1:3, el Predicador pregunta: «¿Qué ganancia es el esfuerzo?». Esta pregunta se repite a lo largo de Eclesiastés (p. ej., 3:9; 5:15; 6:11; 10:11). El Predicador cuestiona la importancia del trabajo de las personas y afirma la inutilidad de la vida y la creación. Sus pronunciamientos no pretenden dejarnos desesperados, a menos, por supuesto, que intentemos encontrar sentido a la vida separados de Dios. Más bien, estos pronunciamientos están destinados a sacarnos de la inutilidad, anhelar la gracia y disfrutar de un significado último y duradero.


La futilidad

Debido a la desobediencia de Adán y Eva en el jardín, la creación ha sido puesta bajo la maldición de la caída (Ro 8:20-21). Para Adán en particular, la tierra que se le encomendó cultivar produciría en cambio espinas y cardos (Gn 3:17-18). Este tema de la «futilidad» se puede rastrear a lo largo de las Escrituras, ya que esta puede caracterizar casi cualquier cosa que se busque lejos de Dios.


Sin Dios, nuestros pensamientos y actitudes son fútiles (Sal 94:11; Is 16:6; Jr 48:29-30; Lc 1:51-52; Ro 1:21; Ef 4:17-18). Sin Dios, nuestro trabajo es fútil (Sal 39:6; 127:3; Hab 2:13; Stg 1:11). Sin Dios, nuestras actividades religiosas son fútiles (1 R 18:29; 2 R 17:15; Is 1:13; 16:12; Jr 10:5; Hch 5:36-38; Col 2:20-23). Incluso las actividades religiosas cristianas pueden ser fútiles separadas de Él (Jn 15:5; 1 Co 3:12-15; Tit 3:9; He 4:2; Stg 1:22-24). Sin Dios, incluso nuestras vidas son fútiles (Job 7:6-7; 14:1-2; Sal 39:4-5; 89:47; Is 40:6-7; Stg 4:14).


En última instancia, Dios quiere liberarnos de la futilidad que impregna nuestras vidas (2 Ti 2:21; 1 P 1:18), y eventualmente, logrará hacerlo al traer Su presencia a la tierra, de manera tan completa como las aguas cubren el mar (Hab 2:14). Entonces, nada se hará en vano, porque nada se hará sin la presencia amorosa de Dios en toda la vida humana glorificada.


La vida como vapor

En Génesis 3, Adán y Eva fueron sometidos a la muerte y la decadencia como resultado de la caída. En Génesis 4, su hijo primogénito, Caín, mata a su segundo hijo, Abel. Abel, cuyo nombre en hebreo (hebel) es la palabra vanidad en Eclesiastés, nace y muere en seis versículos. Su vida no es más que un vapor: un aliento exhalado en una mañana fría. En Génesis 5, el ritmo se acelera y rápidamente nos encontramos con hombres que tienen hijos, envejecen y mueren; vapor tras vapor tras vapor. La mortalidad humana se establece desde el principio de Génesis.


En Eclesiastés 1:2, el Predicador (hb. qohélet) emplea dos veces la frase «vanidad de vanidades». El término hebreo traducido aquí, hebel, puede referirse a vanidad, aliento, niebla o falta de sentido, y se usa más de treinta veces en Eclesiastés.


Nuestro anhelo de gracia

Los textos de Eclesiastés 1:2 y 12:8 resaltan la futilidad de la vida y la creación que todos sentimos. Debido a la tiranía del tiempo que erosiona y reemplaza todo lo que distingue los logros humanos, nuestro trabajo puede resumirse como «nada nuevo» y nada recordado (1:9, 11).


Hay un elemento cíclico y rítmico en la creación que parece fútil: las estaciones siempre cambian; los arroyos siguen fluyendo, aunque el océano nunca se llena; las generaciones van y vienen y repiten los errores del pasado. Mientras tanto, la tierra se queda quieta y se burla de cualquier idea de progreso. El pasaje evoca un anhelo de gracia y significado. Esta observación general de la futilidad de los logros humanos hace que el corazón añore el marcado contraste de la obra de Jesús para, en y por medio de nosotros, la cual es nueva y será recordada para siempre.


Cuando llegamos a creer en Jesús —participando del nuevo pacto que provee un nuevo nacimiento, nueva vida y un nuevo mandamiento— entramos en una nueva fuerza laboral. Ahora, lo que hacemos importa, ya que se hace por causa del evangelio y la gloria de Dios (p. ej., Mt 25:40; 26:10-13). En Cristo, nuestro trabajo no es en vano (Sal 112; 1 Co 15:58).


El significado máximo y duradero

La satisfacción máxima y duradera se encuentra solo en Cristo y en disfrutar los dones de Dios por medio de Él (Ap 22:17). Aparte del misterio de nuestra unión con Jesús, incluso los mejores dones de la creación nos fallarán.


Si descuidamos a Dios en nuestra búsqueda del gozo, todo lo bueno de la vida (p. ej., la salud, las posesiones, el placer sensual) se nos escapa de las manos o no nos satisface. Pero si vemos que lo que tenemos es la provisión divina y damos gracias a «Dios el Padre» —en última instancia por medio de Cristo (Col 3:17)— por todos Sus dones, entonces todo lo que recibimos de Él se considera un regalo que trae gozo verdadero: gozo en Dios.


En palabras de Jesús: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados» (Mt 5:6). Nuestra labor en el Señor tiene significado incluso cuando no lo sentimos: «Por tanto, mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano» (1 Co 15:58).


Rescatados

Eclesiastés es consistente con el resto de las Escrituras en su explicación de que la verdadera sabiduría es temer a Dios, incluso cuando no podemos ver todo lo que Dios está haciendo. Podemos dejar que Él le dé sentido a todo.


Eclesiastés describe la falta de sentido de vivir sin Dios. Vemos que Dios creó el mundo y lo llamó «bueno». Pero a pesar de esta bondad original, la humanidad cayó en pecado y toda la creación quedó sujeta a la maldición de Dios. Esto trajo al mundo falta de sentido, y violencia y frustración. Afortunadamente, Dios no dejó Su creación en un ciclo interminable de falta de sentido. La respuesta de Dios al pecado es redimir, renovar, restaurar y recrear.


La Biblia traza esta historia de salvación de principio a fin. Si bien este proceso comienza inmediatamente después de la caída, la misión de rescate de Dios culmina en Jesucristo, quien nos ha rescatado del sinsentido de la maldición que nos azota. Cristo nos rescata de la vanidad del mundo sujetándose a la misma vanidad del mundo. Él, que es Dios, eligió sujetarse a las condiciones del mundo bajo la maldición del pacto para poder rescatar al mundo de los efectos de esa maldición.


Fuente:


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