Una "utopía" difícil de creer para quien está habituado al fracaso en materia política: Singapur, un claro ejemplo de que, en las urnas, se pueden tomar las mejores decisiones cuando el pueblo se lo propone.
Un archipiélago en el extremo asiático que hasta hace pocos años se situaba entre los peores países para invertir en el mundo, hoy, reluciente, con sus luces y su arquitectura moderna, se coloca como un país emergente y próspero, apto para recibir a turistas e inversionistas que con optimismo miran el futuro dentro de sus áreas. Singapur, ciertamente, tuvo un pasado negro, con las desgracias propias de países como el nuestro, que permitían a sus anchas la corrupción galopante y la desidia de sus autoridades, que con el paso del tiempo, y el hartazgo de su población, decidieron poner fin a toda esta triste realidad, a través de la única herramienta que la democracia otorga: el voto.
Actualmente Singapur es una de las principales ciudades globales y uno de los centros neurálgicos del comercio mundial, contando con el tercer mayor centro financiero y el segundo puerto que más mercancías mueve. Su economía globalizada y diversificada depende especialmente del comercio y del sector manufacturero. En términos de paridad de poder adquisitivo, Singapur es el tercer país con mayor renta per cápita del mundo, además de figurar entre los primeros países en las listas internacionales de educación, sanidad, transparencia política y competitividad económica. Singapur se encuentra entre los más altos en numerosas mediciones internacionales, como la calidad de vida, la libertad económica, la educación, la atención médica, la seguridad personal y la vivienda, con una tasa de propiedad de vivienda del 91%. También tiene uno de los niveles de corrupción percibidos más bajos del mundo. Los singapurenses disfrutan de una de las expectativas de vida más largas del mundo, las velocidades de conexión a Internet más rápidas y una de las tasas de mortalidad infantil más bajas del mundo.
Las claves del éxito en Singapur:
1) Una férrea lucha anticorrupción. Se hizo una cacería de todos los políticos corruptos, con sanciones drásticas y muy efectivas, incluyendo la pena de muerte a quienes malversan el erario público.
2) Una profunda reforma judicial. Penas y sanciones efectivas a todos los delitos. Nada se quedaba sin sancionarse. No había impunidad, ni siquiera para los crímenes de menor rango.
3) Multiplicación del empleo. Se promovió el empleo con inversión privada, y tanto la inversión como el empleo crecieron en más del 70% en menos de tres décadas.
4) Una eficiente reforma educativa. Totalmente gratuita en todos los niveles y se enfoca en la educación práctica y para la vida. Se enseñaba ciencias administrativas y gerenciales en todos los niveles, todo esto en idioma inglés.
5) Competitividad. Se crearon empresas públicas eficientes, rentables y competitivas, y se permitió la entrada de otras empresas privadas, reduciendo la intervención estatal y reduciendo significativamente los impuestos.
Los desafíos para el Paraguay ante el ejemplo de Singapur:
Según el ránking de la organización alemana Transparency International, Paraguay ocupa el 2do lugar como el país más corrupto de Sudamérica, sólo por detrás de una destruida Venezuela. A nivel continental es el 6to más corrupto y a nivel mundial ocupa el puesto 43 de países más corruptos, en una lista de 180. La percepción de corrupción sólo ha crecido de manera galopante a través de los años y tal parece que la tendencia sigue en alza.
En materia de economía, Paraguay ya registra una inflación internanual del 4,8% apenas a la mitad del año, muy superior al 1,77% registrado en el año 2020, año en el cual tuvimos una pandemia, una recesión económica a nivel mundial y una asignación histórica de recursos del Estado para gastos derivados, según el sitio web Statista. Esto debido al crecimiento del gasto público actual y a la burocracia que cada día se acrecienta más, alterando peligrosamente la economía y la competencia.
El informe de Encuesta Empresarial (Enterprise Surveys) del Banco Mundial del año 2017 reporta que el 72% de las empresas del Paraguay perciben que compiten con unidades de negocios informales, siendo esta una de las cifras más altas de América Latina en cuanto al trabajo en negro, desbaratando el mito de que Paraguay fomenta el trabajo formal manteniendo cargas impositivas bajas.
Según el informe "Panorama Social de América Latina" del Banco Mundial, publicado en el año 2020, Paraguay registra un índice de pobreza del 27% (1.755.000 personas), y de pobreza extrema del 5% (325.000 personas), que en relación poblacional es una de las más altas de Sudamérica.
En cuestiones de justicia y derechos humanos, Paraguay ocupa el puesto 99 a nivel mundial, de una lista de 148 naciones, y a nivel regional ocupa el puesto 24 de 32 países, según el informe de la organización World Justice Project, siendo éste uno de los países más injustos del continente y del mundo, esto en conexión directa con la corrupción que nos aflige, en todas las esferas del Estado.
A la luz de toda esta nefasta realidad, Paraguay enfrenta desafíos que, ante la desidia gubernamental, parece no proyectarse de modo a superarlos. El gobierno actual no posee un plan estratégico para mejorar de fondo estas cuestiones y no se proyecta a confeccionar uno, por lo tanto, la única opción que tenemos es comenzar a observar otras propuestas políticas distintas al del gobierno actual, que tengan como marco rector la reducción del gasto público, que da lugar a la reducción de impuestos para potenciar y promover el trabajo, la optimización de las instituciones del Estado, la promoción del mérito para los cargos públicos, sin vínculos con el crimen organizado, enfocados en la idoneidad, honestidad, competencia y patriotismo, y la búsqueda contante de una justicia imparcial y efectiva, ejercida, obviamente, por jueces irreprensibles e idóneos. En síntesis, una propuesta política que busque emular los casos de éxito, como el de Singapur.
Esto nos demuestra que los enemigos públicos del país son los corruptos, y debemos empezar por allí, ejerciendo sabiamente nuestro derecho al voto cuando se requiera.
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