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Una sociedad condenada

Updated: Dec 1, 2023

Ayn Rand, filósofa y escritora rusa-estadounidense, desarrolló su propia filosofía conocida como "Objetivismo", en la que concretiza su original visión del hombre como "un ser heroico, con su propia felicidad como el propósito moral de su vida, con el logro productivo como su actividad más noble, y con la razón como su único absoluto".


Por Pablo Cristaldo

El 2 de febrero de 1905 nació en San Petersburgo la filósofa y escritora estadounidense (nacida rusa) Alissa Zinovievna Rosenbaum, más conocida en el mundo de las letras bajo el seudónimo de Ayn Rand, y fallecida en marzo de 1982 en New York.


Nunca más oportunas las palabras de la autora: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada.” - La Rebelión de Atlas-1957.


La novela, a lo largo de sus más de mil páginas va describiendo cómo los burócratas, los empresarios prebendarios y los dirigentes sindicales van ahogando la actividad económica en una carrera enloquecida por apoderarse del fruto del trabajo de los demás. Ayn Rand recurre sistemáticamente a la palabra "saqueo" y "saqueadores", para describir a aquellos que usan el monopolio de la fuerza del Estado para, siempre bajo argumentos de solidaridad social, apropiarse del ingreso de la gente productiva. El final de La rebelión de Atlas es obvio. Si son pocos los que producen y muchos los que consumen y, encima, a los pocos que producen el Estado los agobia con impuestos, regulaciones, extorsiones y demás medidas compulsivas, el sistema económico termina colapsando. Pero lo más grave ocurre cuando los pocos que producen, como sucede en La Rebelión de Atlas, deciden refugiarse en una zona de EE.UU. fuera del alcance de los burócratas. En ese momento, no queda nadie para producir y los burócratas entran en desesperación dado que ya no tienen cómo conseguir recursos para “redistribuir solidariamente” porque los que producían se cansaron de ser saqueados. Es más, los corruptos entran en pánico porque tampoco tienen a quien “coimear” ante la ausencia de producción.


Todo aquel que ha leído La Rebelión de Atlas ha tenido un dejavú respecto a lo que está viviendo, particularmente en el contexto de un Paraguay donde esta realidad se está materializando. La escritora, quien vivió en un Estados Unidos durante la Gran Depresión de 1929, y en una época de grandes autores distópicos como los británicos George Orwell y Aldous Huxley, y otros tantos que intentaron descifrar cómo sería la vida actual desde el plano de la distopía, un género literario que se basa en un ambiente ficticio, usualmente futurista, donde el escritor se explaya y describe (desde su perspectiva) los pormenores de esa sociedad que imagina, ya sea de índole político, social, económico, religioso, etc., y donde tales descripciones, hoy producen en los lectores un vértigo aterrador, por su lógica de contenido y por los aciertos o similitudes con la realidad a través del tiempo.


Si bien es cierto, Ayn Rand no se considera una escritora distópica, sino más bien una filósofa socioeconómica, sus escritos encierran muchas verdades y estilos que se asemejan en gran manera a los escritos de autores de este género, y los cuales cobran un sentido abrasador cuando vemos nuestros sistemas, tanto social como económico, siendo fieles actores de su libreto.


Nos sentimos identificados. No hay casi desaciertos en su apreciación acerca de nuestra realidad actual en el plano socioeconómico. No podemos producir o hacer económicamente nada loable sin la aprobación de quienes se aprovechan del sistema para hacer el menor trabajo posible. Los trabajadores hemos sido extremadamente benevolentes y sólidos para la clase dominante, que progresivamente hemos trabajado mucho más, dándoles la posibilidad a los prebendarios y saqueadores de ganarse la vida sin hacer absolutamente nada, sin producir nada en consecuencia, y además, estorbando nuestras pretensiones de progreso. El dinero fluye a través de favores, a través de alianzas tras bambalinas, sin ningún tipo de control; el que produce, simplemente debe recurrir, en mayor o menor medida a este tipo de alianzas para “salvar” su empresa, o para mantener los menesteres de sus actividades comerciales. Coimas, “aceitadas” y favores de toda índole a modo de sobrevivir en un sistema podrido, lleno de trampas, timos y saqueos.


La riqueza se concentra en el soborno, en las influencias. El que trabaja debe sencillamente conformarse con las migajas que quedan de la mesa de los que tranzan con favores políticos, con influencias de parentesco y amistad, el trabajo no es la garantía de multiplicación financiera. Ya decían que “el dinero fácil nunca es limpio”, y tal cual lo vemos en toda actividad económica lícita. Se cumple este principio y a la inversa: “dinero sucio es más fácil”, en donde se enriquecen los corruptos, los amigos, y en donde ellos rigen las reglas de juego. Quienes no forman parte del círculo familiar o amistoso, no cuentan con avales para trabajar o comerciar de manera exitosa. Los que no son amigos no tienen el derecho de acceder al puesto laboral, aunque cuenten con las competencias necesarias. Mujeres que deben saltear su propia moral y principios para tener consideración; encuentros casuales extracurriculares donde los estudios y capacitaciones no tienen ningún valor, y donde todo depende de las medidas corporales y de la armonía de sus facciones. Un mundo donde los valores colectivos están cada día más extintos.


Para colmo de todos los males, no existen leyes que protejan el trabajo limpio. La imposición de absurdos impuestos sobre la producción y la evasión de quienes no tienen intención alguna de producir hacen el pan de cada día de quienes desean salir adelante. Las astronómicas cifras que suman las cuentas a pagar de los trabajadores respecto a sus modestos ingresos contrastan enormemente con los “gastos” en los que incurren los que dirigen esta nación. Las facturas de agua, luz, teléfono, y otras cuentas totalmente desinfladas de los políticos de turno producen un dolor estomacal a quienes tienen que hacer milagros para cancelar las cuentas que el Estado impone sobre los trabajadores y productores, cuentas que, obviamente, equilibran en una cuerda económica con cordeles a punto de reventar, las ya desabultadas cuentas políticas. Hay que equilibrar la economía, pero a consta del trabajo del humilde, a modo de favorecer a los corruptos que no tienen que pagar sumas significativas en sus beneficios. Sueldos absurdos, bonificaciones absurdas, gastos libres, que el trabajador honesto debe solventar, llevando a cuestas sus ya estresantes y sobradas obligaciones de subsistencia.


Mientras más corrupción, más recompensa. Mientras más burlas al sistema, más impunidad; el corrupto puede vivir tranquilo, sin preocupaciones, gozando del botín. El humilde, el honesto, se auto inmola en pos de su sueño profundo y su anhelo de un futuro mejor. Cree que tener un terreno, o una casa es un lujo de pocos, porque fue desprovisto de toda ambición, y mientras crea que las cuestiones más básicas de su existencia sean una quimera, como ser una casa propia, servicios, o cosas que sabemos son objetivos nobles no restringibles para todos, entonces, como dice la escritora: “podemos decir, sin temor a equivocarnos, que nuestra sociedad está condenada”.


¿Te resulta familiar?

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