Todos tenemos prácticamente la misma imagen en mente cuando pensamos en un samurái: japonés, con kimono, katana colgando y una larga cabellera recogida en una coleta. A ninguno de nosotros se nos ocurriría pensar en un samurái de raza negra. Un error, porque ya hubo uno viviendo en el Japón feudal del siglo XVI; se llamaba Yasuke y consiguió hacer historia no solo al ser el primer samurái negro, sino también al ser uno de los pocos samuráis extranjeros de la historia.
Eran tiempos revueltos en Japón. En 1467 se inició la conocida como la Guerra Ōnin, que derribó el sistema feudal de Japón: varios señores de la guerra samuráis luchaban por el control de Japón en el vacío de poder. A eso hay que sumarle la llegada de los europeos en 1543 que introdujeron el arcabuz en la guerra japonesa, lo que permitió, entre otras cosas, que Japón pusiera fin a su condición de estado tributario de China en 1549.
Fue en ese entorno cuando llegó a Japón el joven Yasuke. La trágica y brutal trata de esclavos es una faceta bien conocida de la historia africana. Pero hoy en día pocos conocen muchas otras historias de africanos fuera de ese continente: historias de dinastías reales en la India, de intérpretes en China y del primer samurái nacido en el extranjero.
Yasuke, probablemente una corrupción japonesa de Isaac, fue un miembro del pueblo Jaang (Dinka), que vivieron en lo que actualmente es Sudán del Sur. Yasuke había sido capturado por tratantes y enviado a la India cuando era muy pequeño. Allí comenzó a trabajar para el director de las misiones jesuitas en Asia, Alessandro Valignano. El destino final de Valignano fue Japón, hogar de la misión más exitosa de Asia, a donde llegó en 1579 con Yasuke.
Matsudaira Ietada, compañero suyo, ya lo describió en su diario de una manera fascinante en 1579: “Medía 1.88 metros, era negro, con piel como el carbón”. Yasuke era un ‘gigante africano’ (la altura media de un hombre en el Japón de entonces apenas sobrepasaba el 1,57) cuya sola presencia imponía mucho respeto y miedo. Tanto, que consiguió convertirse en mano derecha de uno de los señores feudales con mayor poder de la historia japonesa: Oda Nobunaga.
Se dice que Yasuke podría ser oriundo de Mozambique (algunos historiadores opinan que Nigeria o Etiopía), y que llegó a Japón al servicio de Alessandro Valignano, un misionero jesuita italiano, en un viaje de inspección procedente de la India. Desde el primer día en Kioto, capital del país por aquel entonces, causó sensación; los escritos de la época dicen que la gente se agolpaba para verlo porque no creían que fuese real, muriendo algunos aplastados en el intento al generarse aglomeraciones a su paso.
Ahora bien, las habilidades y el pasado como luchador de Yasuke no pasaron desapercibidas y terminó como guerrero samurái, hasta acompañar al poderoso Nobunaga como su mano derecha, tratándolo como a un miembro más de su familia y siendo uno de los pocos a los que se permitía cenar con el señor feudal. Pero Nobunaga no se interesó por Yasuke solo por sus habilidades en combate, sino que también sentía curiosidad por su talento para la conversación y la lectura. El samurái entretenía al señor feudal con cuentos de su tierra lejana, lo que demostraba que era una persona instruida y de elevado nivel cultural.
Yasuke permaneció al lado de Nobunaga hasta el final. Estuvo con él la noche en que uno de sus generales se rebeló contra él y prendió fuego a su palacio, dejando a Nobunaga atrapado en una de las habitaciones, donde el señor feudal se quitó la vida con el ritual suicida conocido como seppuku . Antes de morir, Nobunaga le pidió a Yasuke que lo decapitara y llevara su cabeza y espada a su hijo, según cuenta el historiador británico Thomas Lockley, demostrando así la confianza que tenía en el guerrero africano. La leyenda de Yasuke llega a su fin poco después, en 1582.
El primer registro de Yasuke en Japón describe una visita de 1581 a Kioto, entonces la capital del país. En el camino, el grupo de los jesuitas pasó por la ciudad portuaria de Sakai, donde grandes multitudes clamaban por ver al joven africano. Tanta gente se acercó que la plataforma en la que se encontraban se derrumbó, la procesión jesuita se vio gravemente interrumpida y, para escapar, Yasuke tuvo que montar a caballo entre la multitud de lugareños. Y es que para los japoneses de la época no solo se trataba de la primera persona originaria de África, sino que, según la altura promedio del país, Yasuke era un "gigante" de 188 cm de altura. A esto hay que sumar que aprendía el idioma rápidamente y que, como a menudo se representaba a Buda con piel negra, muchos lo veían como un visitante divino.
La recepción multitudinaria se repitió en Kioto con resultados más extremos: algunas personas murieron aplastadas por la multitud. Con este revuelo no resulta extraño que el señor de la guerra más poderoso de Japón en aquellos tiempos, Oda Nobunaga, exigiera saber quién estaba perturbando su paz y ordenara una audiencia cuando se enteró que se trataba de Yasuke.
Para entonces, Yasuke había aprendido bastante japonés, por lo que pudo entablar una conversación. Nobunaga estaba tan fascinado con su invitado que le frotó la piel para saber si había truco. Al darse cuenta de la verdad, el japonés organizó una fiesta en honor a Yasuke y le hizo valiosos regalos.
Poco tiempo después lo nombró su portador de armas de Nobunaga, una posición de gran honor, y su confidente sobre asuntos en el extranjero. A los pocos meses recibió un estipendio, una residencia en el Castillo Azuchi, al noreste de Kioto, sirvientes y una espada katana. Teniendo en cuenta que la katana es el símbolo de un guerrero samurái, tradicionalmente se ha aceptado que este gesto convierte a Yasuke fue el primer samurái no japonés documentado.
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